Continuamos nuestro periplo por Chiapas para visitar las ruinas mayas de Palenque, unas pocas horas de bus y estábamos en El Panchán, unas cabañas en medio de la selva muy cerca de las ruinas que están a 7 km del pueblo. Palenque en si no tiene demasiado para visitar así que el atractivo de la zona son las ruinas y los alrededores.
Era domingo y la visita para los mexicanos es gratuita todos los domingos, preveyendo que habría masificación, decidimos cambiar de plan e ir a Roberto Barrios. Este pueblo alberga uno de los caracoles zapatistas y unas magníficas cascadas, llegamos en una van colectiva con los locales, allí pagamos una pequeña entrada para la comunidad y nos advirtieron que algunos niños de la zona se han aficionado a llevarse al despiste las mochilas de los turistas. El lugar es precioso y estuvimos prácticamente solos toda la mañana, y sí, ciertamente tuvimos que proteger la mochila de los ataques de un niño insistente.
Tras pasar la noche, tomamos la van que hace el trayecto de Palenque hasta la entrada de las ruinas, allí contratamos un guía que nos explicó la parte histórica y con quien dimos un paseo por la selva. En la intimidad pudimos «interrogarlo» sobre la situación actual de la región y del zapatismo, así que, además de disfrutar de un magnífico lugar, majestuoso, bien conservado y con poca concentración de visitantes, pudimos conocer un poco más de la realidad de este pueblo. El lugar es increíble y fue uno de nuestros favoritos en la corta ruta mexicana.
Se acercaba la fecha de nuestro vuelo de vuelta, habíamos encontrado un billete bastante barato desde Cancún y pese a que la zona pintaba como muy turística y posible fiasco, decidimos que valía la pena disfrutar de nuestros últimos días de giro junto al mar y que iríamos a la Riviera Maya. Un bus nocturno que salió con retraso por un registro policial por sorpresa nos llevo hasta Tulum.
Queríamos estar en la playa y aquí desaparecen las posibilidades de alojamiento económico, en el pueblo a pocos kilómetros si los hay, pero caminar era demasiado costoso (más con las altísimas temperaturas de esos días) y la única manera de desplazarse hasta la playa eran los taxis a precios fijos para turistas de pulsera. Pagamos lo que nos pidieron por una cabañita sin baño a la que solo una duna separaba de la playa (llevábamos muchos meses negociando siempre el precio de nuestra habitación pero este lugar no es para mochileros ni viajeros con poco presupuesto).
Pasamos seis días junto a la arena blanca que también se iluminaba de noche con la luna llena que tuvimos la suerte de tener para nuestro final de viaje. Tulum está a unos 40 minutos de Playa del Carmen y a hora y media de Cancún, la primera si la visitamos aunque fue tan decepcionante como nos pensábamos, su precioso mar y su increíble arena se opacan con la ocupación masiva de hoteles y restaurantes, había tanta diferencia entre la Chiapas que habíamos dejado y este lugar que la primera sensación es que quizás nos habíamos equivocado de elección.
Por suerte comprobamos que esta región no es solo playas y descubrimos los cenotes, cavidades de roca con agua dulce en su interior donde el paso del tiempo había hecho desaparecer parte o toda la cubierta superior de roca para dejar al descubierto unas maravillosas piscinas de agua dulce en la mitad de la naturaleza. El que más nos impresionó fue el Cenote Dos Ojos, nos hicimos acompañar por un guía quien nos mostró el espectáculo subacuático de esta cavidad donde hay dos oberturas en la roca que al entrar la luz exterior se asemejan a dos ojos. Aconsejable el neopreno aunque solo se vaya a hacer snorckle pues este cenote conserva su «tapa» y en las zonas donde no llegan los rayos del sol, el agua es fría.
A partir de ahí nuestra actividad diaria se centró en un ratito de playa, la visita a un cenote y la cena en La Barracuda, nuestra marisquería favorita de Palenque, donde nunca faltaban los nachos con camarones y queso (además a precio México y no de norteamericano o españolito con pulsera).
Otro de los cenotes que visitamos, era más viejo geologicamente hablando, y se había convertido en una maravillosa piscina de agua dulce, además, a pocos metros de una playa sin edificaciones (cada vez más complicado en la zona). Así que nos dimos baño dulce y salado. También visitamos el Gran Cenote, descomunal pero muy adaptado para el turismo y más masificado. Nosotros llevamos nuestro equipo de snorckle que compramos en Borneo y es muy útil porqué sino hay que pagar además de la entrada al cenote, el alquiler del equipo.
La playa de Tulum tiene como atractivo ser una zona menos plagada de negocios y más tranquila, además tiene las únicas ruinas mayas junto al mar. Se pueden visitar por libre en una o dos horas pero lo más interesante es verlas desde el mar por lo que compramos un tour que incluía la explicación de las ruinas desde el mar y una hora de snorckle. Las ruinas, un poco decepcionantes, el snorckle tampoco fue el mejor aunque pudimos ver una tortuga pero fue muy interesante saber que aquellas ruinas estaban estratégicamente situadas en el único punto en muchísimos kilómetros donde la barrera de coral permitía a los barcos llegar a puerto y que los mayas tenían un faro para guiar a los barcos y que no encallasen en el coral.
Dejamos alguna última compra para Tulum, error!! en esta zona todo es carísimo y muy por encima del precio que se paga en Ciudad de México o Chiapas. Por suerte, había tantas cosas bonitas en Chiapas que no nos dejamos demasiado pendiente. Últimas compras, última cervecita, último bus… volávamos de vuelta a Barcelona (vía Madrid).
Habíamos cumplido el sueño de viajar sin ataduras, de tener certeza solo de que mañana vuelve a salir el sol. Disfrutando de los paisajes más bellos, la naturaleza más salvaje, las situaciones más esperpénticas, la comida más exótica, mirándonos con complicidad en situaciones donde no sabíamos cual iba a ser el resultado final. La vuelta sabemos que no es fácil pero se alegró extraordinariamente con la sorpresa de nuestras sobrinas: Andrea y Ana con su pancarta de bienvenida en el aeropuerto.
Somos muy afortunados, la próxima aventura quizás no tenga un título tan sugerente como dar una vuelta por el mundo pero no es necesario hacer diez mil kilómetros para tener momentos maravillosos. Esperamos que esta experiencia que hemos vivido nos haya enseñado, al menos, a ser más conscientes de la importancia de vivir el presente. (David)
Y llegó el final de nuestro giro, nuestro maravilloso viaje, agradecida a la vida por esta oportunidad, donde he aprendido mucho, he sido inmensamente feliz y donde he vivido experiencias increíbles y he conocido gente y maneras de vivir extraordinarias… Gracias a todos los amigos que compartieron un trocito de este giro con nosotros y a todos los que nos han seguido a través del blog! (Su)